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El billonario en las sombras

La novela El billonario en las sombras es una historia de romance, los protagonistas son Izan Pereira y Candela Sáez.

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Él la tuvo despierta durante toda la noche.

A Candela Sáez le sorprendió que un hombre de aspecto tan apacible no fuera más que un lobo con piel de oveja. Una vez que su ser interior fue desatado, el hombre la destrozó como una bestia salvaje sin pausa hasta que ella se quedó sin fuerza por el agotamiento.

Los ahogados gruñidos sexis del hombre resonaban con claridad en la mente de Candela, lo cual hizo que su cuerpo ardiera como si le hubiesen prendido fuego. Ajustó la tela que tapaba sus hombros, tratando de ocultar todas las pruebas de su sexo intenso la noche anterior.

Fuera, Cayetana pegó en la puerta.

—Date prisa, Candela. ¡Llegó la hora de la boda!

Sonriendo a su reflejo en el espejo, Candela pronto se levantó de su asiento.

«Izan, pronto me casaré contigo. ¡A partir de ahora, mi cuerpo y alma pertenecerán a ti y a nadie más!».

En el hotel Regent, los reporteros ya habían preparado su equipamiento. Estaban esperando a que los novios hicieran acto de presencia en el lugar de la boda.

Mientras música melodiosa sonaba en segundo plan, Izan Pereira apareció al final del pasillo con Candela, arreglada en un vestido blanco de novia, en su brazo.

El hombre era un artista destacado en el mundo del espectáculo con el apodo de ‘El rompecorazones de la nación’, mientras que la mujer era una estrella en ascenso cuyo debut cinematográfico le había ganado el premio para mejor actriz en el festival de cine internacional. Mientras intercambiaban sonrisas, era innegable que eran una pareja hermosa, tal para cual.

Inesperadamente, la multitud de repente se separó mientras una mujer despeinada fue corriendo al escenario.

—¡Candela Sáez, ven y enfréntate a mí, z*rra! ¿De verdad crees que te permitiré casarte y vivir una vida maravillosa después de haberte acostado con mi marido? ¡Por encima de mi cadáver!

Enfurecida, la mujer soltó una bomba. La música se detuvo abruptamente; todos parecían contener la respiración mientras el lugar se sumió en silencio absoluto.

«¿Qué está pasando? ¿No se supone que las medidas de seguridad aquí son herméticas?».

Las acusaciones de la desconocida hicieron que a Candela se le congelara la sonrisa. Pronto, tenía una expresión preocupada mientras lanzaba una mirada a Izan, que estaba de pie a su lado.

—¿Quién eres tú? ¡No puedes ir lanzando acusaciones sin fundamento!

Izan tenía el ceño fruncido en perplejidad. Estaba visiblemente frustrado al descubrir que una invitada no deseada había interrumpido su boda. Desvió su mirada afilada hacia la mujer que estaba de pie debajo del escenario.

—¡Sr. Pereira, que me caiga un rayo ahora mismo si te estoy mintiendo! ¡Candela Sáez se acostó con mi marido anoche! ¡Si no me crees, pregúntaselo tú mismo!

Izan lanzó una mirada mordaz a Candela, quien se palideció al instante mientras daba un paso hacia atrás sin querer.

—Izan, sabes que eso no es cierto… Estuve contigo toda la noche ayer…

A Candela le temblaba la voz, y por alguna razón inexplicable había una sensación de culpa emergiendo en su interior.

—¿Conmigo? —La expresión abatida de Izan heló el corazón de Candela—. Estuve toda la noche en casa.

«¿No era Izan? No… No, eso no puede ser».

Durante la despedida de soltera la noche anterior, Candela se tomó unas copas de más, pensando que se iba a casar al día siguiente. Ya era la una de la madrugada cuando regresó al hotel. Al entrar a la habitación, un hombre le dio un fuerte abrazo. Le besó con fervor mientras le arrancaba la ropa a toda prisa, y la sometió a una dulce tortura durante toda la noche.

«Sí, bebí un poco de más. Tampoco encendimos las luces. Y el hombre se marchó a altas horas de la madrugada».

Aun así, la habitación 1108 era la que le había reservado Izan. Él incluso tenía la otra tarjeta de acceso a la habitación. Por eso, Candela en ningún momento sospechó que el hombre con quien pasó una noche de pasión no fuera Izan en absoluto.

Entonces, apareció esta mujer. Pronto, la mujer subió corriendo al escenario y arrancó bruscamente la tela blanca que tapaba los hombros de Candela. El cuello y los hombros de Candela estaban llenos de marcas rojas, que eran un fuerte contraste a su piel de porcelana.

Al instante, las cámaras se enfocaron en los chupetones en su cuerpo. Los reporteros no eran capaces de contener su emoción al ser presentados con noticias tan jugosas.

—¡Mirad esta mujer descarada! ¿Todavía vas a negar que sedujiste a mi marido? ¿Vas a mentir y decir que estas marcas tan solo son picaduras de mosquito? ¡Candela Sáez, sí que te mereces el título de mejor actriz! Mírala bien, Sr. Pereira. ¡Mira lo asquerosa que es!

La mujer pronto agarró a Candela, con cada una de sus palabras sonando más cruel que la última. El incidente sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Candela, que estaba haciendo todo lo posible por tapar sus hombros desnudos, se vio incapaz de recuperar de su shock.

—¡Basta! ¡Que saquen a esta loca fuera de aquí! —gritó Izan.

Al instante, un grupo de seguratas vino para llevarse a la mujer a rastras. La mujer forcejeó y maldijo antes de arrojar un montón de fotos al suelo.

—Si no me crees, Sr. Pereira, echa un vistazo a estas fotos. ¡Casarte con ella será el mayor arrepentimiento de tu vida!

Las fotos estaban esparcidas por todo el suelo. Los reporteros reaccionaron con rapidez, recogiéndolas casi al instante.

—¡Son fotos desnudas!

—¡Guau, el hombre a su lado realmente no es el Sr. Pereira!

—¡Oh, Dios mío! El Sr. Pereira es un hombre tan brillante. ¿A pesar de eso, Candela Sáez ha elegido tener una aventura con otro hombre? ¡Qué asqueroso!

—¡Totalmente! ¡Esto prácticamente es un matrimonio de conveniencia!

Una de las fotos cayó justo al lado de los pies de Candela, y ella miró hacia abajo a ella por instinto. Un hombre y una mujer estaban enredados en la cama, totalmente desnudos. ¡Aunque el rostro del hombre estaba desenfocado, por su cuerpo era claro que no era Izan!

—Izan, déjame explicarlo…

A Candela le palpitaban los oídos mientras alcanzaba el brazo de Izan. Una sensación de impotencia estaba emergiendo en su interior. Para su decepción, Izan esquivó su toque y tan solo le fulminó con una mirada llena de animosidad.

El hombre levantó una mano y le dio un fuerte bofetón en la cara. Frunciendo los labios hacia ella con asco, se arrancó la corbata, se quitó la chaqueta, y se dio la vuelta antes de marcharse.

El ramo nupcial que simbolizaba pureza pronto se cayó, y sus pétalos se esparcieron por todo el suelo.

—¡Papá! ¡Papá! Despierta, por favor…

Al otro lado del pasillo, Héctor Sáez se había desplomado debido al shock y yacía inconsciente en los brazos de Cayetana.

Una semana más tarde, por fin trasladaron a Héctor fuera de la UCI a la sala general.

—Papá… —Al lado de la cama, Candela llamó a Héctor en voz suave.

El rostro de ella estaba bastante pálido y se le veía horriblemente demacrada. Era un marcado contraste al resplandor brillante que ella tenía en la boda. En una semana, parecía que Candela había perdido mucho peso, haciendo que luciera como una belleza frágil.

Por fin, Héctor abrió los ojos. Cuando vislumbró a Candela, de repente se alteró al extremo y tosió.

—¿Qué…. Qué haces aquí? ¿Solo estarás contenta después de cabrearme y mandarme a mi lecho de muerte?

—Papá, lo siente… —Héctor era el único pariente de Candela. Viendo que él había sufrido de un infarto, ella estaba enferma de preocupación, día y noche.

—Lárgate de mi vista. ¡No tienes ningún respeto propio! ¡No eres hija de la familia Sáez, así que no vuelvas a llamarme ‘Papá’! Eres una desgracia para nosotros. ¡Piérdete; piérdete ahora mismo!

El rostro de Héctor se tornó morado de la rabia, y el monitor ECG al que estaba conectado pitaba con más rapidez a cada segundo. Pronto, el doctor e Inés Santana entraron corriendo a la sala.

—Candela, ¿no te he dicho que se te prohíbe ver a tu padre? ¿Qué haces aquí otra vez? —La expresión de Inés era estoica mientras sacaba a Candela de la habitación de un empujón sin decir nada más.

—Es mi padre. ¿Por qué no lo puedo ver?

Fuera de la sala, un grupo de los guardaespaldas de Inés impidieron que Candela entrase de nuevo. No cabía duda de que las cosas llegarían a las manos si ella fuera a dar un paso más hacia adelante. Mientras Candela miraba con fijeza a la puerta cerrada, su terquedad apareció de nuevo.

—¿Todavía tienes la audacia de llamarte su hija? ¿Si no hubieses hecho algo tan desvergonzado, él se habría puesto tan enfermo? —Inés se acercó mientras le daba un cruel bofetón.

......

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