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Pasión al instante

La novela Pasión al instante es una historia de romance, los protagonistas son Clarisa y Matías.

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Salpicó el cuerpo febril de Clarisa con agua fría, lo que la despertó de un momento de estupor. Levantó la vista para ver al hombre al que se había agarrado de pie justo delante de ella.

El hombre se quitó el abrigo y lo tiró al suelo. Alto y guapo, iba vestido con una camisa blanca y un pantalón de traje negro. Tenía rasgos cincelados como los de un modelo masculino, y sus ojos parecían en especial astutos e insensibles.

—¿Ya estás sobria? —Su voz era de lo más fría y severa.

—Lo siento —dijo Clarisa avergonzada.

Acababa de bajar del avión para visitar a su madre, a la que no veía desde hacía años. Sin embargo, ni en sus mejores sueños esperaba que su madre la drogara y la llevara a la cama de un hombre mayor y pervertido.

Confusa y delirante, se había aferrado a un desconocido. Si no fuera por este buen caballero, no se atrevería a imaginar qué sería de ella ahora. Clarisa se acurrucó en la bañera y bajó la cabeza para ocultar el dolor de sus ojos, sin darse cuenta de lo seductora que se veía con el vestido pegado a la piel.

Matías entrecerró los ojos. «¿De verdad no intenta seducirme?»

—Señor Tamayo. —La voz de Daniel se escuchó en la puerta del baño—. El médico y la ropa están aquí.

—Gracias —dijo Clarisa mientras levantaba la cabeza—. Siento mucho las molestias.

No era necesario dar explicaciones porque sólo eran extraños entre sí. Había notado la mirada inquisitiva y burlona del hombre, y pensó que, si le daba explicaciones, la malinterpretaría como si tuviera un motivo oculto.

Una doctora entró justo cuando Matías estaba a punto de salir del baño. Dejó la ropa a un lado y le dio un pinchazo a Clarisa antes de salir poco después.

Afuera, la habitación ya estaba vacía para cuando Clarisa se había cambiado de ropa y había salido a duras penas del baño. «Rayos, ¿en qué estaba pensando?».

Después de una noche de descanso en el hotel, se resistía a volver a casa de los González, pero no tenía otra opción, ya que necesitaba recuperar sus pertenencias.

—¿Todavía tienes la audacia de volver? —Su llegada interrumpió de inmediato el ambiente de tranquilidad en el salón. Era la hermanastra de Clarisa, Ivone, quien lo había dicho.

—Vengo por mis cosas.

Clarisa pasó por la sala de estar, con la intención de volver a su habitación, pero Ivone le impidió el paso y le dio una fuerte bofetada en el rostro. Sorprendida, Clarisa levantó la cabeza con rabia.

—¡Ingrata! ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Cómo te atreves a desaparecer anoche en una ocasión tan importante? Intentábamos conseguirte un novio. ¿Sabes quién es ese hombre? ¿Sabes cuántos problemas nos has causado? ¿Sabes lo humillante que fue para nosotros que te escaparas? —Ivone soltó todo un torrente de ofensas contra Clarisa.

—Si ese hombre es tan importante, ¿por qué no te lo quedaste tú? —Clarisa contraatacó, mientras se acariciaba la cara.

«¡Nunca me acostaré con un viejo calvo y gordo de más de cincuenta años!».

—Por qué tú...

—Somos familia, Ivone. No te pongas tan nerviosa —interrumpió Zacarías antes de que su hija volviera a perder los estribos.

Luego, con una mirada tranquila, le dijo a Clarisa:

—Lo hacemos por tu bien, Clari. El Señor Jiménez tiene un patrimonio cuantioso y aún está soltero. ¿No has oído que los hombres mayores son más sabios y mucho más amables con las mujeres? No tienes que preocuparte por el resto de tu vida si te casas con la Familia Jiménez. Tu madre ha dicho que no te cuidamos bien, así que hemos querido compensarlo al encontrarte un buen hombre.

Clarisa le lanzó a Zacarías y a la mujer que estaba a su lado, Hilda, su madre biológica, una mirada fría.

—No lo necesito —dijo, y luego regresó a su habitación para recuperar su maleta que había quedado intacta desde ayer.

A su llegada a Ciudad D, el día anterior, los González fueron a un hotel para comer después de reunirse con Hilda. Sin embargo, no se esperaba que la recibiera una escena repugnante.

—Lo hago por tu bien, Clari. —Hilda entró en su habitación y la agarró por el brazo—. No puedes quedarte en esa pequeña ciudad sin hacer nada el resto de tu vida, ¿verdad? Es un desperdicio de tu buen aspecto. —Clarisa le sacudió la mano sin descanso.

—¿Por eso me has abandonado durante doce años?

—Yo...

Clarisa ya se había alejado antes de que Hilda pudiera terminar. Ninguno de los González la detuvo.

—No se preocupen. Es cierto que ayer fuimos demasiado imprudentes. Soy la madre de Clari. Eso es un hecho. Tenemos que planificar y pensar en esto con prudencia. —Hilda trató de apaciguar a su marido y a su hijastra al ver el descontento en sus rostros.

—¿Estás segura? —Ivone resopló—. Al fin y al cabo, es tu hija.

—Puede que sea mi hija, pero estoy muy enamorada de tu padre, Ivone. Me conoces, ¿verdad, Zacarías?

—Por supuesto —sonrió Zacarías.

Clarisa ya había pedido un taxi y planeaba quedarse en un hotel, cuando recibió una llamada de su mejor amiga, Elida.

—¿Por qué no me dijiste que habías llegado a Ciudad D? ¿Acaso no me consideras tu amiga? ¿Dónde estás? —El corazón de Clarisa se animó ante sus palabras.

—Estoy de camino a un hotel...

—¿Hotel? Podrías haberte quedado en mi casa.

......

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